El miedo es una de las emociones más básicas y necesarias que existen. Nos protege, nos avisa de los peligros, nos ayuda a cuidarnos. En la infancia, el miedo aparece con frecuencia y se transforma a medida que el niño crece. No es un signo de debilidad, sino una señal de que el niño está explorando el mundo, enfrentando lo desconocido y desarrollando recursos para procesarlo.
Acompañar a tu hijo cuando tiene miedo no significa eliminar la emoción, sino estar presente, sostener, validar y enseñar a transitarla con calma. Porque el verdadero consuelo no está en decir “no pasa nada”, sino en mostrar que, incluso cuando pasa algo, no está solo.
Por qué los niños sienten miedo
Los miedos en la infancia son normales y esperables. Algunos están relacionados con la etapa del desarrollo: miedo a separarse de sus padres, miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a los monstruos, a los cambios. Otros aparecen por experiencias vividas, cuentos, películas, comentarios o cambios en su entorno.
El miedo no siempre responde a algo lógico desde la mirada adulta. Pero desde la vivencia del niño, es real. Y merece ser escuchado.
Validar el miedo sin juzgar
Una de las respuestas más comunes de los adultos frente al miedo infantil es negar o minimizar:
Eso no da miedo
Eres grande para tener miedo de eso
No seas exagerado
Estas frases, aunque bien intencionadas, pueden hacer que el niño se sienta incomprendido o incluso avergonzado por lo que siente.
En cambio, podés decir:
Entiendo que eso te asuste
A veces las cosas parecen más grandes de lo que son
Estoy contigo, vamos a ver qué podemos hacer juntos
Validar no es alimentar el miedo, es ofrecer un espacio seguro para sentirlo.
Poner en palabras lo que siente
Muchas veces, los niños no saben cómo expresar su miedo. Se encierran, lloran, hacen berrinches o no quieren dormir. Ayudarlos a poner en palabras lo que sienten es clave:
¿Te asustó ese ruido? ¿Querés contarme qué pensaste?
Parece que eso te dio miedo, ¿qué creés que podría pasar?
A veces imaginamos cosas que nos preocupan mucho, pero después podemos verlas de otra forma
Nombrar lo que pasa por dentro ayuda a ordenar lo que parece caótico.
Estar presente con el cuerpo y la voz
En momentos de miedo, el niño no necesita solo explicaciones. Necesita presencia. Un abrazo, una mano, una voz calma que lo ancle en la realidad. A veces, solo estar ahí, en silencio, es más poderoso que mil palabras.
Podés sentarte a su lado, respirar con él, mirarlo con ternura. Decirle:
Estoy contigo, no estás solo
Ya va a pasar, mientras tanto, podemos respirar juntos
Cuando te sientes así, yo voy a estar acá
La seguridad emocional no se transmite con lógica, se transmite con presencia.
Evitar el ridículo o la burla
Frases como “eres un gallina”, “qué miedo tonto” o “tu hermanito no tiene miedo de eso” solo generan vergüenza. Y la vergüenza bloquea la posibilidad de compartir lo que se siente.
El miedo, cuando se acompaña con respeto, se transforma. Cuando se ridiculiza, se esconde, se acumula y a veces se vuelve más fuerte.
Nombrar los miedos como parte de la vida
Podés ayudar a tu hijo a entender que sentir miedo no es un problema. Es algo que nos pasa a todos. Incluso a los adultos. Y que no hay que eliminarlo, sino aprender a convivir con él.
A veces yo también tengo miedo, y busco a alguien que me acompañe
No estás haciendo nada mal por sentir eso
Podemos tener miedo y hacer cosas igual, de a poquito
Esto normaliza la emoción y permite que el niño no se sienta extraño por sentirla.
Ofrecer recursos para calmarse
Una vez que el miedo fue nombrado y acompañado, podés ayudar a tu hijo a encontrar estrategias para calmarse. Algunas ideas:
Respirar juntos
Hacer un dibujo de lo que asusta
Armar un “kit para el miedo” con linterna, peluche, música suave
Inventar juntos un personaje que lo proteja
Estos recursos no hacen que el miedo desaparezca de inmediato, pero ayudan a que el niño se sienta más en control.
Respetar su tiempo
Cada niño necesita su propio tiempo para superar un miedo. No apures. No obligues. No compares. Si le da miedo dormir solo, podés acompañar un poco más. Si teme a la oscuridad, podés dejar una luz tenue encendida. Si necesita más abrazos, dáselos.
A veces, lo que calma no es resolver todo, sino saber que no se lo apura.
Usar cuentos y juegos para procesar
Los cuentos con personajes que enfrentan sus miedos son excelentes aliados. A través del juego simbólico también puede representar lo que lo asusta. Jugar a ser valiente, a esconderse, a buscar monstruos imaginarios puede ser una forma segura de elaborar.
Después del juego o del cuento, puedes conversar:
¿Creés que ese personaje también tuvo miedo? ¿Cómo lo superó?
Si fueras ese personaje, ¿qué harías?
Podemos inventar una historia donde el miedo se vuelve amigo
Estas propuestas lo ayudan a crear un relato interno diferente, con más poder personal.
Diferenciar el miedo del peligro real
A veces, el miedo puede estar basado en experiencias o señales que deben ser atendidas. Si un niño repite que tiene miedo de una persona, de ir a un lugar, o muestra cambios bruscos sin causa aparente, es importante escucharlo, investigar y no desestimar.
No todo miedo es “imaginario”. Confiar en lo que el niño dice es parte del cuidado.
Conclusión: el miedo no se elimina, se atraviesa
Acompañar a tu hijo cuando tiene miedo es una oportunidad de conexión profunda. Es decirle con tu presencia: “no estás solo, yo te creo, yo te sostengo, incluso cuando tenés miedo”.
Porque el miedo no se combate con fuerza. Se disuelve con ternura. Se transforma con tiempo. Se alivia con alguien que escuche, que nombre, que abrace. Alguien como vos, que no necesita ser perfecto, pero sí presente.
Y cuando tu hijo sepa que puede sentir miedo y aún así estar acompañado, habrá ganado una de las certezas más poderosas que puede tener: la de sentirse seguro, incluso en medio de la oscuridad.