Las palabras son puentes. A través de ellas, los niños no solo comunican lo que sienten o necesitan, sino que también construyen identidad, desarrollan pensamiento y se relacionan con el mundo. Estimular el lenguaje en los primeros años de vida es un regalo que marcará toda su trayectoria emocional, social y cognitiva.
La buena noticia es que no necesitas ser experto, usar aplicaciones ni realizar actividades complejas. Lo más poderoso que puedes hacer es hablar, mirar, responder, cantar y compartir momentos reales, desde el amor y la presencia.
El lenguaje comienza mucho antes de hablar
Un bebé se comunica desde el primer día. Con el llanto, los gestos, la mirada y los sonidos, va explorando cómo interactuar con su entorno. Mucho antes de pronunciar su primera palabra, ya está aprendiendo a expresarse y a interpretar las intenciones de quienes lo rodean.
Por eso, estimular el lenguaje no empieza cuando el niño habla, sino cuando los adultos responden a sus señales, sostienen su mirada, le narran el mundo y le demuestran: “tus intentos de comunicarte valen la pena”.
Háblale siempre, aunque aún no responda
Desde el nacimiento, tu hijo necesita escuchar tu voz. Hablarle mientras lo vistes, cocinas, lo bañas o lo llevas en brazos convierte cada instante en una oportunidad de aprendizaje.
Di cosas como:
- “Ahora te voy a poner el pañal, está un poco frío”
- “¿Escuchaste ese perro? Está ladrando”
- “Mira tus manos, están moviéndose rápido”
No importa si no responde con palabras. Escuchar tu lenguaje lo nutre, lo calma y lo conecta.
Pon palabras a lo que siente y vive
Nombrar las emociones, objetos, acciones y lugares le permite al niño ordenar su mundo. Así, va construyendo un diccionario interno que luego usará para expresarse.
Por ejemplo:
- “Estás frustrado porque no te sale. Es difícil, pero vas a poder”
- “¡Qué rica está esta banana! Amarilla y dulce”
- “Esa es tu abuela, vino a darte un beso”
Poner en palabras lo que pasa lo ayuda a entender y, luego, a expresarlo.
Cuentos, canciones y poesía: el alimento del lenguaje
Nada estimula el lenguaje como la literatura y la música compartida:
- Leer cuentos fortalece el vocabulario, la atención, la comprensión y la conexión emocional.
- Cantar canciones estimula el ritmo, la memoria, la entonación y el gusto por el lenguaje.
- Repetir rimas y poesías favorece la fluidez verbal y la sensibilidad sonora.
No necesitas leer perfecto ni cantar afinado. Tu voz, tu atención y el momento compartido son lo que más nutre al niño.
Jugar es hablar
El juego es el idioma favorito de la infancia. A través del juego, el niño inventa, imita, explora y verbaliza su mundo. Estimula su lenguaje con actividades como:
- Hacer sonidos de animales: “¿Cómo hace el león? ¡Rooar!”
- Juegos de rol: “Yo soy el médico y tú eres el paciente, ¿qué te duele?”
- Inventar historias con muñecos o títeres
- Usar las partes del cuerpo para jugar: “Dónde está tu nariz… ¡aquí está!”
Cada juego puede ser una conversación disfrazada de risa.
No corrijas, acompaña
Cuando el niño empieza a hablar, es natural que pronuncie mal, invente palabras o confunda tiempos verbales. En lugar de corregirlo (“no se dice así”), es más útil modelar la forma correcta con naturalidad:
- Niño: “¡Yo hacido eso!”
- Adulto: “¡Ah, lo hiciste tú! ¡Qué bien!”
Así aprende sin sentirse juzgado ni inseguro.
Escúchalo de verdad
Tan importante como hablarle, es escucharlo. Deja que se exprese a su ritmo, sin interrumpir ni completar sus frases. Muestra interés real por lo que dice, aunque lo repita o se equivoque.
Cuando el niño se siente escuchado, entiende que lo que tiene para decir importa. Y eso alimenta no solo su lenguaje, sino también su autoestima.
Cuidado con las pantallas
Aunque muchas aplicaciones prometen “estimular el lenguaje”, la verdad es que nada reemplaza la interacción real. Las pantallas no responden, no miran, no validan. Y sin ese intercambio humano, el lenguaje no se desarrolla plenamente.
Hasta los 2 años, se recomienda evitar pantallas. A partir de allí, su uso debe ser muy limitado y siempre acompañado por un adulto que comente, pregunte y dialogue sobre lo que están viendo.
Cada niño tiene su ritmo
Algunos niños hablan muy pronto. Otros tardan más. No te angusties si a los 18 meses aún dice pocas palabras. Observa si se comunica de otras maneras: con gestos, miradas, sonidos.
Lo importante no es que hable rápido, sino que el proceso esté en marcha. Si tienes dudas, habla con su pediatra o consulta con un profesional del lenguaje. Detectar a tiempo una dificultad puede marcar una gran diferencia.
Señales de alerta que merecen atención
Consulta con un especialista si observas que:
- No balbucea a los 9 meses
- No señala, ni mira a los ojos, ni responde a su nombre
- A los 2 años no combina dos palabras
- Parece no entender órdenes simples
- Pierde habilidades que ya había adquirido
Una evaluación temprana nunca está de más, y puede orientarte mejor en cómo acompañar.
Conclusión: las palabras que decimos construyen el mundo que habita
Estimular el lenguaje no es presionar para que hable más, ni corregir cada error. Es sembrar un entorno donde expresarse sea seguro, interesante y lleno de amor. Donde cada palabra, cada balbuceo, cada mirada reciban una respuesta atenta.
Porque cuando un niño aprende que lo que tiene para decir importa, se atreve a hablar… y también a ser.